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jueves, 26 de diciembre de 2013

Primer día de trabajo

Despertó deslumbrada por los rayos de sol que entraban por la ventana y incidían directamente sobre su cara. El primer pensamiento que pasó por su cabeza fue: "Hoy empiezo a trabajar." En realidad, estaba bastante sorprendida porque tenía muchas ganas de comenzar con su nuevo empleo, la verdad es que lo necesitaba. Desayunó y a las diez en punto ya estaba detrás del mostrador poniéndolo todo listo. Anabel había trabajado en varias tiendas en su época de estudiante, por lo que sabía perfectamente como funcionaba una máquina registradora, y por eso rechazó (con una falsa sonrisa) las explicaciones de Blanca. La mañana pasó sin ningún acontecimiento digno de mención, salvo que Jack entró por la puerta de la librería vestido con una sudadera y unos vaqueros, le dirigió una mirada a Anabel y se coló por la trastienda tranquilamente. Al mediodía cerró para ir a comer y en La Oficina encontró a Blanca y a Jack sentados frente a un ordenador con gesto concentrado. Pasó de largo sin saludar pero, por desgracia, no pasó desapercibida.
-Eh, Anabel, ¿no saludas?-preguntó Jack, con una sonrisa torcida y burlona. Anabel quiso borrársela de un guantazo. 
-En mi contrato no ponía que tenía que hacerlo. Hasta luego.-Blanca soltó un suspiro exasperado y le dijo malhumorada:
-Siéntate un momento, si eres tan amable.-Anabel entornó los ojos y la miró con cara de mala uva, pero hizo lo que le pidió.
-¿Qué pasa?
-Izkar me ha pedido que te explique lo que tienes que hacer si viene algún afiliado, así que presta atención. ¿Quieres papel y boli para apuntarlo?-se oyó la risa ahogada de Jack y Anabel suspiró dejando claro su cabreo.
-No es necesario, tengo buena memoria. Pero podrías haberme hablado de esto antes de que empezara a trabajar, podría haber llegado alguno por la mañana.
-No, no podría, porque los afiliados solo vienen a partir de las ocho de la tarde, cuando hay menos gente. ¿Puedes escuchar ahora?-el timbre de su voz, como si le estuviera hablando a una niña pequeña, la sacó de quicio. Quiso largarse de allí y dejarla con la palabra en la boca, pero se contuvo.
-Soy toda oídos. 
Blanca le explicó que los afiliados tenían una tarjeta con su propio código. Debía anotar en un cuaderno que estaba en un cajón del mostrador el código, el nombre del libro y del autor, la fecha en que se lo llevaba y dejar un espacio al lado para luego apuntar la fecha en que lo devolvía, y también la firma del afiliado. Anabel se sorprendió de lo riguroso y controlado que estaba todo eso, aunque quizá no debería haberse extrañado tanto. Aunque tan vigilado no debía estar cuando casi cada noche una adolescente se colaba para leer sus libros. Anabel sonrió para sí misma al recordar a Lea. Era una chica muy curiosa, le cayó bien, no pensaba delatarla. Subió a su apartamento y cocinó con la mirada perdida, ensimismada en sus pensamientos. Tenía el presentimiento de que no todos los días iban a ser tranquilos y aburridos, y no supo descifrar si eso la alegraba o la asustaba. Quizá no tenía mucho tiempo para descubrirlo. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Libros prohibidos

Cuando las dos estuvieron dentro de la habitación de Anabel, ésta cerró la puerta y encendió la lamparita de la mesilla. Lea, con los ojos dando vueltas por la estancia, preguntó sorprendida:
-¿Vives aquí? Joder, que suerte.
-Bueno, sí. Trabajo aquí y este es el apartamento donde me instalo.- Lea soltó un silbido de admiración y se sentó en la cama, mirando a Anabel expectante.
-No me mires así, aquí la que tiene que dar explicaciones eres tú.-la joven suspiró, y empezó su relato.
-Está bien.-levantó las manos en señal de rendición.- El año pasado, yo volvía del colegio. Entonces, noté que un hombre me seguía y lo reconocí porque había salido en el periódico, decían que atracaba a personas mayores y niños. Total, que empecé a correr y me perdió de vista. Por si acaso, mi inteligencia suprema y excepcional me dijo que me metiera por estas calles porque son muy laberínticas, lo que no pensé es que me podría perder yo, pero bueno. Y al final, llegué a un callejón sin salida en el que había una vidriera, miré por ella y... Voilà! Una biblioteca enorme llena de libros. Así que abrí la vidriera y me colé dentro. Y como vivo cerca de aquí, las noches que no puedo dormir vengo a leer.
-¿Y que libros lees?-Anabel recordó que en La Biblioteca estaban almacenados los libros del Sumus Libri, no los que podía leer cualquier persona.
-Pues no sé. Los que me llaman más la atención, supongo. Son unos libros raros de la leche, en serio, pero tienen algo muy interesante y curioso. No sé cómo explicarlo.
-Ya veo. Pero, ¿de qué tratan? No sé, por ejemplo, ¿de qué trata el que estabas leyendo antes?
-No tienen un argumento, no son historias. Son... Teorías. Sí, exacto. Ese en concreto habla sobre el Limbo.
-¿El Limbo? Ay madre, ¿no serán los típicos libros que te lavan el cerebro, verdad? Dios, es una maldita secta. Me he...
-¡Para, stop, silencio! ¿Qué estás diciendo? No, no son esos libros. Te exponen teorías que nunca antes nadie se ha planteado, y te las explican solo para saciar tu curiosidad. ¡Son realmente interesantes y fascinantes!
-No deberías leerlos, pertenecen a una comunidad secreta, ¿lo entiendes?
-Sí, lo entiendo, y me da igual. A ti que más te da, solo eres la dependienta de la librería, ¿no?
-Mira, haz lo que quieras. Pero si algún día te pillan, no te ayudaré.-Lea soltó una carcajada.
-Ha pasado ya un año desde que empecé a colarme por las noches y ni siquiera sospechan. Aún falta mucho para que me atrapen, y cuando lo hagan, pues dejaré de venir. Fin.
-Tú misma, el que avisa no es traidor.
-Sí, sí, lo que tú digas. ¿Puedo irme ya?
-¿Vas a volver otra vez a La Biblioteca?
-Pues claro, aún es pronto. Apenas son las doce. Hasta otra...
-Anabel, me llamo Anabel.
-Pues eso. ¡Buenas noches!- y salió de la habitación sin hacer ruido, dejando a Anabel debatiéndose entre contar a Izkar lo ocurrido o dejarlo pasar. Luego recordó las palabras de Lea "solo eres la dependienta de la librería" y pensó que tenía razón. Si tenían una adolescente husmeando entre sus libros no era su problema.
Esa noche soñó que era ella la que se colaba por la vidriera y leía los libros prohibidos.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Incursiones nocturnas

Envuelta en una bata larga de lana, Anabel bajó las escaleras hasta llegar al largo pasillo. Iluminó con la linterna hacia el frente, mientras que con la otra mano iba palpando la pared a tientas. Se obligó a respirar calmada y superficialmente, para no hacer ruido. Se dispuso a abrir la puerta de la sala del sillón, rezando para que estuviera bien engrasada y no chirriase. La madera hizo un leve crujido, pero no estridente. Entró en la estancia y cerró la puerta a su espalda. Iluminó la alta estantería con la linterna, intentando decidir si hojear algunos de los libros o seguir recorriendo los pasillos. Al final, pensó que era mejor primero tantear el terreno y después investigar lo que estaba escrito en esas hojas desgastadas.
Durante un cuarto de hora, visitó todas las habitaciones que conocía, buscando puertas ocultas o estanterías giratorias de esas de las películas, pero no encontró nada relevante. Bastante decepcionada, comenzó a hacer el camino de vuelta hacia su apartamento cuando escuchó un débil sonido. Era algo que se arrastraba suavemente... no, era el ruido de las hojas de un libro al pasarse. Se acercó sigilosamente, atenuando la luz de la linterna empujándola contra su bata. Se encontraba en La Biblioteca, así que tuvo que rodear las altas estanterías hasta dar con una de las mesas situadas en el centro. Sentada en una silla, había una figura menuda, con la cabeza inclinada hacia el libro abierto delante suyo. A su lado había una vela, que proyectaba una bailarina luz sobre las letras del papel. Anabel carraspeó, sintiendo su cuerpo tensarse ante la expectación. La figura se sobresaltó, soltó una exclamación ahogada que sonó como "¡Mierda!", se levantó precipitadamente y salió corriendo. Las piernas de Anabel actuaron más rápido que su cerebro y salió escopeteada detrás del intruso. Lo alcanzó y agarrándolo por el codo le hizo frenar y volverse. Apuntó con el haz de la literna a su cara. Era una chica, que no debía superar los 16 años, pequeña y rubia, con los ojos plateados y pecas en la nariz. Tenía la mirada frenética, estaba realmente asustada. Anabel se compadeció de ella y le preguntó tranquilamente:
-¿Como te llamas?- la chica solamente negó con la cabeza, decidida a no hablar. -Vamos, no pasa nada. Puedo guardarte el secreto, ¿vale? Soy nueva aquí, no diré nada. La joven debió ver la sinceridad en los ojos de Anabel, porque respondió en un susurro:
-Me llamo Lea. Por favor, deja que me vaya.
-En cuanto me respondas, ¿sí? ¿Qué hacías aquí?
-Yo... Lo siento, de verdad. No volveré a colarme.
-¿Colarte? ¿No perteneces al Sumus Libri?
-¿El qué? ¿Qué es...- en ese momento se oyó el sonido de una cerradura al abrirse. Anabel se llevó el índice a los labios, indicando silencio, y arrastró a Lea detrás de una estantería. Después de lo que les pareció una eternidad, la cerradura volvió a sonar y unos pasos se alejaron de ellas. Esperaron 10 minutos más y luego Anabel llevó a Lea escaleras arriba, después de prometerle que sus incursiones nocturnas serían un secreto entre las dos.

miércoles, 30 de octubre de 2013

En la ignorancia absoluta

Anabel volvió del paseo por la ciudad sobre las diez de la noche. Entró por la Puerta de Roble sigilosamente y atravesó el largo pasillo hasta llegar a la puerta de  las escaleras que conducían a su apartamento. Justo cuando fue a poner la mano sobre el pomo oyó una tos a sus espaldas. Sobresaltada y sin aliento, se dio la vuelta rápidamente, solo para descubrir a Jack saliendo de la sala del sillón y caminando hacia ella.
-Buenas noches.-saludó él, cortésmente. Anabel, lógicamente sorprendida, logró apenas balbucear.
-Eh... sí, buenas noches. ¿Quieres algo?
-La verdad es que sí. Quiero saber quién eres y qué estás haciendo aquí.
-Pregúntale a Izkar o a Blanca, yo ahora tengo sueño.-se dispuso a subir las escaleras pero Jack la agarró por el brazo, no bruscamente pero sí con firmeza.
-Izkar está ocupado y Blanca no ha querido decirme nada, concretamente su respuesta ha sido "una nueva". Pero a mí me gusta saber con quién trabajo, así que me vas a explicar lo que quiero saber.
Anabel suspiró fuertemente, con la esperanza de que Jack entendiera que estaba bastante harta. Aún así, respondió.
-Pues estaré trabajando en la librería. Y no me preguntes si sé de qué se trata toda esta "comunidad" porque la respuesta en términos generales es no.
-Interesante... ¿Y por qué te ha contratado Izkar? No necesitamos más personal, Blanca se les apaña bien en la tienda.
-Eso también deberías preguntárselo a él, porque yo lo único que hice fue enviar un e-mail pidiendo trabajo. Te lo repito por enésima vez, no sé nada. Y ahora, si el interrogatorio ha terminado, me voy a dormir.
-Es muy raro todo esto... En fin, mañana tienes que trabajar. Hasta otra, Anabel.-y desapareció por el pasillo, ocultándose en las sombras.
"Ea, pues hasta otra. Qué pesado. Mientras subía las escaleras pensé que era justo reconocer que estaba realmente ansiosa por conocer a los afiliados de la sociedad, aunque no fuese al día siguiente. Me preguntaba si tendrían pintas extrañas o si serían personas totalmente normales. Si en sus miradas se leería el fanatismo por los libros desconocidos o si en ellas solo se podría ver la vida de alguien que le gusta leer. Desconocía tantos recovecos de la sociedad en la que me había metido que resultaba abrumador. Estaba en una situación de ignorancia absoluta, y eso tampoco era nada bueno. ¿Qué debía hacer? ¿Aplicar el 'ojos que no ven, corazón que no siente' o indagar y descubrir secretos que probablemente desearía no haber sacado a la luz? Evidentemente, mi vena detectivesca se impuso rápidamente sobre mi pequeño lado cobarde, por lo que esa misma noche me adentré en los pasillos del oscuro edificio, con linterna y spray de pimienta."

sábado, 26 de octubre de 2013

Regla del todo o nada

Antes de tener tiempo si quiera de pensárselo dos veces, salió corriendo detrás del hombre. Lo alcanzó justo en el centro de la Biblioteca y, agarrándolo por el brazo, lo detuvo. Él volvió a mirarla con una expresión aburrida en el rostro.
-¿Qué quieres?- preguntó secamente, su voz retumbando por toda la sala.
-Pues para empezar preguntarte por qué me estás mirando tan mal, y para continuar preguntarte si sabes dónde está Izkar.-¿es que no había nadie en aquel lugar, a parte de su jefe, que la tratara un poquito bien?
-No te miro mal, te miro con desconfianza porque no suelo encontrar gente nueva por aquí, es muy extraño. E Izkar no sé donde está, yo también estaba buscándolo.-su rostro crispado se suavizó a medida que hablaba.
Anabel lo observó, no parecía mal tipo, entendía su desconcierto. Su cabello era negro como el carbón, brillante bajo la luz de las lámparas. Sus ojos marrones con motas doradas escondían muchos secretos, lo podía ver claramente. Eran esa clase de ojos que nunca son sinceros, en los que aunque esa persona sonría, el gesto nunca llega a su mirada. Él, al ver que ella no respondía, siguió andando hacia la librería y lo siguió otra vez. En la sala anterior a la tienda, que Anabel bautizó como la Oficina, estaba Blanca sentada frente a un ordenador portátil. Alzó la mirada y al ver al hombre se levantó sonriente.
-Hola, Jack.-luego la vio a ella y la sonrisa delumbrante perdió fuerza-Oh, hola Anabel. ¿Quieres algo?
Sí, que dejes de tratarme como un estorbo, niñata. Pero se contuvo y respondió:
-Sí, ¿sabes donde está Izkar?
-Ha salido a hacer un recado. Vete a dar una vuelta por la ciudad si quieres, aquí no tienes nada que hacer. Eres la dependienta y hoy está cerrado, así que... Ya sabes, haz turismo.-había vuelto a sonreír mientras añadía un irritante hoyuelo encantador en ambas mejillas.
-De acuerdo, me voy. Que vaya bien el día, Blanca.-de Jack se despidió con una breve inclinación de cabeza.
Subió a su cuarto, buscó su bolso y se encaminó hacia la calle, saliendo por la Puerta de Roble. Estuvo recorriendo la ciudad y, siguiendo el fabuloso consejo de Blanca, hizo turismo y sacó algunas fotos. Hacía un día precioso de primavera, el aire húmedo soplaba tranquilamente, el frío no era muy intenso y el sol calentaba sus mejillas y manos. Fue una jornada para ella sola, sin preocupaciones de ningún tipo, solo su mente en blanco y sus ganas de empezar su nuevo trabajo. Su esperanza, su ilusión, su curiosidad. Tantos días vacíos perdidos, tantas horas sin sentido, tantos meses en los que su vida monótona la mecía de un lado a otro, como una madre acunando a su bebé, del día a la noche, sin que nunca ocurriera nada. Siempre se preguntaba si era  feliz, y nunca encontró respuesta. No estaba triste, pero tampoco feliz. Era una especie de sensación intermedia, moderada. Y a Anabel nunca le gustó lo moderado, ella era de la regla del todo o nada. Y, quizá por fin, pueda encontrar ese todo. O ese nada. Quién sabe.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Apartamento en una sociedad secreta

Se despertó después de una noche sin sueños ni pesadillas. Recogió sus cosas, pagó en la recepción del hostal y se encaminó hacia la Puerta de Roble. La llave era grande y estaba un poco oxidada, y tuvo que hacer mucha fuerza para conseguir abrir la enorme puerta. Recorrió el largo pasillo y en la sala del sillón desgastado encontró a Izkar. Él le saludó sonriente.
-Vaya, buenos días. Qué puntualidad- rió, una risa cantarina para alguien de su edad.-Sígueme, te mostraré dónde te instalarás. 
La guió, subiendo por unas escaleras que había en una de las puertas del pasillo de entrada. Las escaleras desembocaban en un pasillo corto y estrecho, lleno de puertas en las paredes. Izkar abrió una de ellas y le mostró la habitación. Era de tamaño aceptable, con una cama grande y un armario empotrado, una mesita de noche, un escritorio con una estantería al lado y un pequeño lavabo. La ventana sobre la cama daba a la calle, y en esos momentos la ciudad ya hormigueaba llena de gente. Izkar le explicó que en esa planta estaba todo lo que necesitaba: fue señalando las puertas de la cocina, de un gran baño con una bañera espectacular, de un comedor, del cuarto de la lavadora... Aquello era como un apartamento para ella sola, un apartamento situado encima de la sede de una comunidad secreta. El entusiasmo comenzó a menguar lentamente. Anabel preguntó si ella también debía llevar esa horrible túnica, e Izkar volvió a reír, burlándose de ella claramente.
-Claro que no.-le contestó después-¿Cómo vas a llevar la túnica si trabajarás de cara a un público que desconoce nuestra existencia?
Dicho eso, abandonó la habitación y Anabel abrió su maleta, frustrada porque aún no le había explicado si su trabajo consistiría en ser simplemente una dependienta de la librería. Esa idea no se parecía demasiado a lo que ella entendía por aventura.
"Mientras guardaba mi ropa en el armario, puse en orden todo lo que sabía. Era una sociedad secreta que se dedicaba a vender libros como tapadera, a la vez que vendía ejemplares desconocidos y estrambóticos a los miembros del Sumus Libri. Ah, y la nieta de mi jefe llevaba una túnica que no le había visto a nadie más. Aunque en realidad tampoco había visto a nadie más. Quizás fuera porque era domingo, esperaba y deseaba que fuese por eso. En cuanto terminé de ordenar la habitación y mi mente, bajé las escaleras y fui en busca de Izkar. Pero en la sala del sillón no estaba él. Había un hombre alto y delgado, pero corpulento, aunque con la túnica que llevaba no lo pude distinguir. Cuando entré en la sala se giró bruscamente, con los ojos muy abiertos por la sorpresa y luego frunció el ceño de un modo muy poco amistoso. Quise presentarme, pero él dio media vuelta y salió por la puerta que daba a la Biblioteca, dejándome sola con una sensación que no auguraba nada bueno en el pecho."

martes, 22 de octubre de 2013

La tapadera

Blanca, después de estudiar a Anabel con la mirada y de haber dado por concluida la sesión de preguntas, se encaminó hacia una puerta situada al fondo de la sala. La cruzó, sabiendo que ella la seguía a una distancia prudencial. Apareció ante ellas una habitación, ni muy grande ni muy pequeña, con escritorios pegados a las paredes. La atravesaron y cruzaron otra puerta más, hasta llegar a la librería en sí. Si Anabel creía que no podía alucinar más por esa noche, se equivocaba. Tanto secretismo, tantos pasillos y estancias, tantas puertas que atravesar, para llegar a lo que era una librería normal y corriente. Su enfado e indignación creció por momentos, aunque también su curiosidad.
-¿Esto es la librería? ¿Es una broma, no?-preguntó con la voz encrespada
-Sí, no es ninguna broma. Efectivamente es una librería, a eso nos dedicamos, a vender libros. Pero no son libros cualquiera, no todos.
Era una tienda como podía ser perfectamente una Casa del Libro, sin ir más lejos. Había muchas estanterías separadas por secciones, unas cuatro mesas en medio con las novedades, un mostrador, otra estantería con los más vendidos, escaparate... Lo más sorprendente es que eran libros que ella ya conocía. No entendía nada, pero antes de que pudiera preguntar, Blanca habló.
-Lo sé, lo sé -se quitó la túnica por encima de la cabeza, dejando al descubierto que llevaba unos tejanos gastados y una camiseta blanca. Colgó la tela de franela en un armario y continuó- Debe de tener aspecto de librería normal porque sino sería muy sospechoso que tuviéramos únicamente libros desconocidos, ¿no crees? Las personas que pertenecen al Sumus Libri conocen el código, aunque ya casi no lo usamos porque nos conocemos desde hace tiempo.
-¿Qué código?
-Cada usuario tiene su propio código, y en principio ese es su nombre para nosotros. Pero como somos tan poquitos, nos tratamos más cercanamente. Apenas llegamos a los 20 afiliados, y son todos gente mayor. Aunque eso no está tan mal, ellos saben respetar estas cosas.
-
Pero tú eres muy joven. ¿Cómo es que estás aquí?
-Izkar es mi abuelo, chica lista. Bueno, pues ya te he enseñado todas las salas que necesitas conocer. En La Biblioteca están los libros que solo conocen los afiliados. De momento, no necesitas saber nada más para hacer bien tu trabajo, que ya te lo explicará mi abuelo.
-¡Pero en La Biblioteca había muchísimos libros! ¿Como es posible, si sois tan pocos?
-Antes éramos muchos más, pero eso es una larga historia que ahora no viene a cuento. Ahora vuelve a tu hostal, descansa y mañana coges tus pertenencias y vienes aquí. Esta es la llave de la Puerta de Roble. Buenas noches.
"Salí por la puerta de la librería y busqué la calle en la que estaba mi hostal. Me acosté en la cama y hasta las dos de la madrugada no logré conciliar el sueño. La emoción, la preocupación, la curiosidad, la incertidumbre, el miedo, la felicidad... Todos esos sentimientos viajaban por mis venas a una velocidad de vértigo y no fue hasta que el cansancio me venció, que cerré los ojos."

domingo, 20 de octubre de 2013

Sumus Libri

Caminando a unos metros por detrás de Blanca, llegaron a una gran sala. Los ojos de Anabel se abrieron como platos, revelando la sorpresa que sentía. La estancia era enorme hasta decir basta, pero eso no lo era todo. Altísimas estanterías llenas a rebosar de libros, elevándose hasta el techo creando paredes plagadas de volúmenes. Eran esas típicas bibliotecas que solo salían en las películas, en las que tenías que subir por una escalera para llegar a un saliente y así poder coger los libros que estaban más altos. Ejemplares finos y gruesos, de tapa dura y de tapa blanda, con portadas bonitas y otros con portadas no tan bonitas, antiguos y nuevos, clásicos y desconocidos... Entre esas cuatro paredes se escondían tantísimos mundos y historias que resultaba abrumador pensar en ello. Blanca la guió hasta el centro de la habitación, donde había muchísimas mesas y una lámpara colgando encima de cada una de ellas.
-Bienvenida a la sala más importante del Sumus Libri. Aquí...
-Espera, espera. ¿El qué?- la interrumpió Anabel.
-El Sumus Libri es esta comunidad, pensaba que ya lo sabías. Bueno, prosigo. Aquí, como se ve claramente, están absolutamente todos los libros de nuestro catálogo. Es nuestro almacén, por así decirlo- habló haciendo un gesto con el brazo, abarcando toda la estancia.
-Pero... La pregunta que necesito que me respondan ahora mismo es qué narices es esta "comunidad"-pronunció esa palabra con rentitín, dejando claro que no creía ni una palabra.
-Oh... Entiendo que tengas esa curiosidad, pero al aceptar el trabajo automáticamente te has comprometido confiar en nosotros.
-¿Perdón? ¡No es curiosidad! No pienso trabajar en un sitio que parece una secta que en lugar de adorar a Satanás adora a los libros. Y pienso denunciaros. En el correo electrónico que recibí no se hablaba de nada de esto.
-Un par de cositas, Anabel. Primero, esto no es ninguna secta. Segundo, no pretenderás que te expliquemos como funciona una comunidad secreta mediante un e-mail, fácilmente rastreable.
-¿Comunidad secreta?-sentía su cabeza a punto de explotar- Quiero una explicación, y la quiero ya.
-La tendrás, todo a su tiempo. Ya te lo dijo Izkar.
"Madre mía del amor hermoso. ¿En qué lío me he metido? Mejor dicho, ¿en qué 'comunidad secreta' me he metido? Esto no es normal. Pero, como es habitual, la curiosidad (tengo que admitirlo) gana la batalla a mi sentido común, que me está empezando a extrañar que no haya tirado la toalla a estas alturas. Y, para colmo, me entero ahora del nombre de mi supuesto jefe. Todo apunta a que aquí dentro me voy a volver loca. Pero ¿qué narices? Lo que buscaba era una aventura, y me he encontrado con ella frente a frente."




sábado, 19 de octubre de 2013

Tras la puerta de roble

Anduvieron durante lo que supuso que fue media hora, hasta que el señor giró abruptamente en una esquina y lo perdió de vista en la oscuridad. Ella avanzó y torció en la misma esquina y se encontró frente una puerta de madera de roble, con aspecto antiguo. El señor le hizo un gesto con la mano, abrió la puerta y desapareció tras ella. Repitió sus pasos y se encontró mirando hacia un larguísimo pasillo con candelabros desprendiendo una débil llama en ambas paredes. Recorrió todo el pasillo y llegó a una pequeña sala, tan solo habitada por un sillón orejero muy viejo con la tapicería raída y una mesita de noche, sobre la que reposaba una lámpara de aceite. El señor, por fin, habló:
-Bienvenida, Anabel. -dijo, desvelándome el nombre de ella. La voz de él era suave y sosegada, como una brisa tranquilizadora. -Estoy muy contento de que vinieras, y sorprendido también. No estaba seguro de que lo hicieras, sobretodo teniendo en cuenta que la dirección que te di no existe.
-De eso quería hablarle, señor. ¿De qué se supone que va todo esto?- Anabel estaba empezando a enfadarse, y con motivo. Todo aquello parecía una broma de mal gusto.
-Tranquila, todo a su tiempo. Lo único que necesitas saber por ahora es que esta no es una librería convencional. Oh, y también supongo que te debo una explicación sobre lo de la calle, ¿no es así?
-Exactamente, y si descubro que esto es una broma, tenga por seguro que le caerá una buena denuncia.
-No creo que sea necesario llegar a ese punto, Anabel. Te aseguro que no te arrepentirás de haber venido. ni siquiera desearás volver a tu casa. ¿No era eso lo que buscabas? ¿Un cambio, un nuevo inicio? Aquí lo encontrarás, te lo puedo jurar sobre el Kohlerh.
"¿Sobre el qué? Quise preguntarle, pero en ese momento se abrió una puerta a su espalda y de ella emergió una chica joven, de unos 20 años quizá, vestida con una túnica de franela que le llegaba hasta los tobillos. Mi voz interior empezó a gritar la palabra 'secta' a todo volumen y yo me sentí asustada de verdad. La chica le sonrió al señor y luego se presentó. Dijo que se llamaba Blanca y que me acompañaría a visitar la librería. Su rostro amable tranquilizó mi corazón, pero mi mente seguía pensando a toda velocidad. ¿Dónde me había metido? Seguí a Blanca y la puerta se cerró detrás de mí con un leve crujido."



miércoles, 16 de octubre de 2013

XVIII

Nada más poner los pies fuera de la estación, el sentimiento de incertidumbre que le rondaba por la cabeza fue substituido por el "sexto sentido del turista", como ella lo denominaba. Solo que, en ese caso, no era una simple turista. Recorrió la ciudad con el mapa en una mano y arrastrando la maleta tras de si con la otra, hasta que cansada y sorprendida por no encontrar la librería, optó por ir a preguntar a un punto de información. El señor que la atendió, con el ceño fruncido y aspecto de estar molesto, le dijo que no había ninguna calle llamada "XVIII" por lo que salió de allí con la inquietud corriéndole por las venas. ¿Y si el que había enviado el correo se confundió y la librería que busca está en Andalucía, por ejemplo? No quería dejarse llevar por el pánico, pero la vocecita que antes le hablaba en el tren ahora gritaba a pleno pulmón y creaba carteles con luces de neón. "¡Estás loca, tonta, más que tonta! ¡Lo has abandonado todo y ahora no tienes nada!" repetía sin cesar. Comenzó a caminar y encontró un hostal con aspecto muy austero y sencillo, y reservó una habitación. Después de dejar la maleta, cogió su bolso y decidió que darse por vencida no tenía ningún sentido, así que volvió a la calle y se perdió entre las callejuelas de la ciudad. Intentó pasar por los callejones menos reconocidos, por si había suerte, pero no encontró nada. A las diez de la noche, entró en una cafetería nocturna y pidió un sándwich. El local estaba prácticamente vacío, a excepción de un hombre anciano, quizá de unos 70 años que, como constató con un escalofrío, la observaba fijamente. Apartó la mirada intimidada y entonces el hombre se levantó y comenzó a andar hacia ella. Se detuvo a su lado, lo bastante cerca como para que ella oyese lo que iba a decir en voz baja. "Dieciocho. Sígueme."
"Los carteles de neón de mi cabeza estallaron y dieron paso a una sirena de alarma que invadió mi mente. No solía hacer caso de la razón pero sí de la lógica, y ésta me decía que ese señor era el dueño de la librería que yo buscaba. Me levanté, no sin antes dirigirle una mirada inquisitiva. Entonces, él sonrió de un modo tan afable que hizo que mi teoría cobrara más sentido aún. Salimos del local, y nos adentramos en las calles, en medio de una noche fresca."


martes, 15 de octubre de 2013

Dirección: nuevo comienzo

Hacía tiempo que había decidido que su vida no tenía rumbo. Era estable, sí, pero aburrida. La rutina, de esas que hacen que pierdas las ganas de todo, la perseguía día tras día. Levanta, ve a trabajar, come, haz las tareas de casa, duerme. Y así todos los días de todas las semanas de todos los meses, una espiral que no dejaba de crear círculos, un bucle estancado. Por eso, en cuanto vio la oportunidad de dar a su vida un giro de 360 grados, sin ni siquiera calcular las consecuencia que acarrearía, se lanzó directa a esa pequeña llama de esperanza.
Su sueño desde su adolescencia había sido trabajar en una librería. Por eso, en sus tardes libres se dedicaba a buscar por internet puestos vacantes en librerías, aunque fuera una pequeñita escondida entre calles retorcidas, le daba lo mismo. Perdió la cuenta de todas las solicitudes que había hecho (no se limitó solo a Barcelona, sino que también buscó por toda España). Hasta que un día, la pequeña llama de esperanza que he mencionado antes se encendió. Un correo electrónico procedente de una librería gallega le abrió las puertas de un nuevo comienzo. Dimitió de su puesto en la empresa de marketing donde trabajó durante 5 años, vendió su piso, compró un billete de AVE dirección Santiago de Compostela y se adentró en lo que esperaba que fuera el final de su vida monótona. Pero además de ser eso, lo que no sabía era que también sería el inicio de una pequeña y curiosa aventura.
"En la estación de tren el aire estaba cargado de muchos olores, pero se podían adivinar muchas cosas más: la ilusión de ver a familiares que están lejos, el estrés por llegar tarde al trabajo, el nerviosismo y la emoción por reencontrarse con la pareja... Pero yo, lo único que sentía era incertidumbre y una vocecita en mi cabeza que me decía que diera media vuelta y volviera a casa, que aquello era una locura. Pero, como suelo hacer siempre porque nunca me guío por la razón, ignoro esa voz chillona y entro en el vagón. Me siento en mi sitio, apoyo la cabeza en el cristal y cerrando los ojos el sueño me envuelve."