sábado, 26 de octubre de 2013

Regla del todo o nada

Antes de tener tiempo si quiera de pensárselo dos veces, salió corriendo detrás del hombre. Lo alcanzó justo en el centro de la Biblioteca y, agarrándolo por el brazo, lo detuvo. Él volvió a mirarla con una expresión aburrida en el rostro.
-¿Qué quieres?- preguntó secamente, su voz retumbando por toda la sala.
-Pues para empezar preguntarte por qué me estás mirando tan mal, y para continuar preguntarte si sabes dónde está Izkar.-¿es que no había nadie en aquel lugar, a parte de su jefe, que la tratara un poquito bien?
-No te miro mal, te miro con desconfianza porque no suelo encontrar gente nueva por aquí, es muy extraño. E Izkar no sé donde está, yo también estaba buscándolo.-su rostro crispado se suavizó a medida que hablaba.
Anabel lo observó, no parecía mal tipo, entendía su desconcierto. Su cabello era negro como el carbón, brillante bajo la luz de las lámparas. Sus ojos marrones con motas doradas escondían muchos secretos, lo podía ver claramente. Eran esa clase de ojos que nunca son sinceros, en los que aunque esa persona sonría, el gesto nunca llega a su mirada. Él, al ver que ella no respondía, siguió andando hacia la librería y lo siguió otra vez. En la sala anterior a la tienda, que Anabel bautizó como la Oficina, estaba Blanca sentada frente a un ordenador portátil. Alzó la mirada y al ver al hombre se levantó sonriente.
-Hola, Jack.-luego la vio a ella y la sonrisa delumbrante perdió fuerza-Oh, hola Anabel. ¿Quieres algo?
Sí, que dejes de tratarme como un estorbo, niñata. Pero se contuvo y respondió:
-Sí, ¿sabes donde está Izkar?
-Ha salido a hacer un recado. Vete a dar una vuelta por la ciudad si quieres, aquí no tienes nada que hacer. Eres la dependienta y hoy está cerrado, así que... Ya sabes, haz turismo.-había vuelto a sonreír mientras añadía un irritante hoyuelo encantador en ambas mejillas.
-De acuerdo, me voy. Que vaya bien el día, Blanca.-de Jack se despidió con una breve inclinación de cabeza.
Subió a su cuarto, buscó su bolso y se encaminó hacia la calle, saliendo por la Puerta de Roble. Estuvo recorriendo la ciudad y, siguiendo el fabuloso consejo de Blanca, hizo turismo y sacó algunas fotos. Hacía un día precioso de primavera, el aire húmedo soplaba tranquilamente, el frío no era muy intenso y el sol calentaba sus mejillas y manos. Fue una jornada para ella sola, sin preocupaciones de ningún tipo, solo su mente en blanco y sus ganas de empezar su nuevo trabajo. Su esperanza, su ilusión, su curiosidad. Tantos días vacíos perdidos, tantas horas sin sentido, tantos meses en los que su vida monótona la mecía de un lado a otro, como una madre acunando a su bebé, del día a la noche, sin que nunca ocurriera nada. Siempre se preguntaba si era  feliz, y nunca encontró respuesta. No estaba triste, pero tampoco feliz. Era una especie de sensación intermedia, moderada. Y a Anabel nunca le gustó lo moderado, ella era de la regla del todo o nada. Y, quizá por fin, pueda encontrar ese todo. O ese nada. Quién sabe.

2 comentarios:

  1. Wow.. me ha encantado lo último que has escrito, lo del todo o nada...es bonito :) y me siento identificada con la protagonista por eso, yo también soy muy así o estoy muy feliz o no lo estoy nada jajajjaja lo moderado no mola xD

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    1. muchas gracias!!! por leer y por comentar y por todo! <3

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