jueves, 26 de diciembre de 2013

Primer día de trabajo

Despertó deslumbrada por los rayos de sol que entraban por la ventana y incidían directamente sobre su cara. El primer pensamiento que pasó por su cabeza fue: "Hoy empiezo a trabajar." En realidad, estaba bastante sorprendida porque tenía muchas ganas de comenzar con su nuevo empleo, la verdad es que lo necesitaba. Desayunó y a las diez en punto ya estaba detrás del mostrador poniéndolo todo listo. Anabel había trabajado en varias tiendas en su época de estudiante, por lo que sabía perfectamente como funcionaba una máquina registradora, y por eso rechazó (con una falsa sonrisa) las explicaciones de Blanca. La mañana pasó sin ningún acontecimiento digno de mención, salvo que Jack entró por la puerta de la librería vestido con una sudadera y unos vaqueros, le dirigió una mirada a Anabel y se coló por la trastienda tranquilamente. Al mediodía cerró para ir a comer y en La Oficina encontró a Blanca y a Jack sentados frente a un ordenador con gesto concentrado. Pasó de largo sin saludar pero, por desgracia, no pasó desapercibida.
-Eh, Anabel, ¿no saludas?-preguntó Jack, con una sonrisa torcida y burlona. Anabel quiso borrársela de un guantazo. 
-En mi contrato no ponía que tenía que hacerlo. Hasta luego.-Blanca soltó un suspiro exasperado y le dijo malhumorada:
-Siéntate un momento, si eres tan amable.-Anabel entornó los ojos y la miró con cara de mala uva, pero hizo lo que le pidió.
-¿Qué pasa?
-Izkar me ha pedido que te explique lo que tienes que hacer si viene algún afiliado, así que presta atención. ¿Quieres papel y boli para apuntarlo?-se oyó la risa ahogada de Jack y Anabel suspiró dejando claro su cabreo.
-No es necesario, tengo buena memoria. Pero podrías haberme hablado de esto antes de que empezara a trabajar, podría haber llegado alguno por la mañana.
-No, no podría, porque los afiliados solo vienen a partir de las ocho de la tarde, cuando hay menos gente. ¿Puedes escuchar ahora?-el timbre de su voz, como si le estuviera hablando a una niña pequeña, la sacó de quicio. Quiso largarse de allí y dejarla con la palabra en la boca, pero se contuvo.
-Soy toda oídos. 
Blanca le explicó que los afiliados tenían una tarjeta con su propio código. Debía anotar en un cuaderno que estaba en un cajón del mostrador el código, el nombre del libro y del autor, la fecha en que se lo llevaba y dejar un espacio al lado para luego apuntar la fecha en que lo devolvía, y también la firma del afiliado. Anabel se sorprendió de lo riguroso y controlado que estaba todo eso, aunque quizá no debería haberse extrañado tanto. Aunque tan vigilado no debía estar cuando casi cada noche una adolescente se colaba para leer sus libros. Anabel sonrió para sí misma al recordar a Lea. Era una chica muy curiosa, le cayó bien, no pensaba delatarla. Subió a su apartamento y cocinó con la mirada perdida, ensimismada en sus pensamientos. Tenía el presentimiento de que no todos los días iban a ser tranquilos y aburridos, y no supo descifrar si eso la alegraba o la asustaba. Quizá no tenía mucho tiempo para descubrirlo. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Libros prohibidos

Cuando las dos estuvieron dentro de la habitación de Anabel, ésta cerró la puerta y encendió la lamparita de la mesilla. Lea, con los ojos dando vueltas por la estancia, preguntó sorprendida:
-¿Vives aquí? Joder, que suerte.
-Bueno, sí. Trabajo aquí y este es el apartamento donde me instalo.- Lea soltó un silbido de admiración y se sentó en la cama, mirando a Anabel expectante.
-No me mires así, aquí la que tiene que dar explicaciones eres tú.-la joven suspiró, y empezó su relato.
-Está bien.-levantó las manos en señal de rendición.- El año pasado, yo volvía del colegio. Entonces, noté que un hombre me seguía y lo reconocí porque había salido en el periódico, decían que atracaba a personas mayores y niños. Total, que empecé a correr y me perdió de vista. Por si acaso, mi inteligencia suprema y excepcional me dijo que me metiera por estas calles porque son muy laberínticas, lo que no pensé es que me podría perder yo, pero bueno. Y al final, llegué a un callejón sin salida en el que había una vidriera, miré por ella y... Voilà! Una biblioteca enorme llena de libros. Así que abrí la vidriera y me colé dentro. Y como vivo cerca de aquí, las noches que no puedo dormir vengo a leer.
-¿Y que libros lees?-Anabel recordó que en La Biblioteca estaban almacenados los libros del Sumus Libri, no los que podía leer cualquier persona.
-Pues no sé. Los que me llaman más la atención, supongo. Son unos libros raros de la leche, en serio, pero tienen algo muy interesante y curioso. No sé cómo explicarlo.
-Ya veo. Pero, ¿de qué tratan? No sé, por ejemplo, ¿de qué trata el que estabas leyendo antes?
-No tienen un argumento, no son historias. Son... Teorías. Sí, exacto. Ese en concreto habla sobre el Limbo.
-¿El Limbo? Ay madre, ¿no serán los típicos libros que te lavan el cerebro, verdad? Dios, es una maldita secta. Me he...
-¡Para, stop, silencio! ¿Qué estás diciendo? No, no son esos libros. Te exponen teorías que nunca antes nadie se ha planteado, y te las explican solo para saciar tu curiosidad. ¡Son realmente interesantes y fascinantes!
-No deberías leerlos, pertenecen a una comunidad secreta, ¿lo entiendes?
-Sí, lo entiendo, y me da igual. A ti que más te da, solo eres la dependienta de la librería, ¿no?
-Mira, haz lo que quieras. Pero si algún día te pillan, no te ayudaré.-Lea soltó una carcajada.
-Ha pasado ya un año desde que empecé a colarme por las noches y ni siquiera sospechan. Aún falta mucho para que me atrapen, y cuando lo hagan, pues dejaré de venir. Fin.
-Tú misma, el que avisa no es traidor.
-Sí, sí, lo que tú digas. ¿Puedo irme ya?
-¿Vas a volver otra vez a La Biblioteca?
-Pues claro, aún es pronto. Apenas son las doce. Hasta otra...
-Anabel, me llamo Anabel.
-Pues eso. ¡Buenas noches!- y salió de la habitación sin hacer ruido, dejando a Anabel debatiéndose entre contar a Izkar lo ocurrido o dejarlo pasar. Luego recordó las palabras de Lea "solo eres la dependienta de la librería" y pensó que tenía razón. Si tenían una adolescente husmeando entre sus libros no era su problema.
Esa noche soñó que era ella la que se colaba por la vidriera y leía los libros prohibidos.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Incursiones nocturnas

Envuelta en una bata larga de lana, Anabel bajó las escaleras hasta llegar al largo pasillo. Iluminó con la linterna hacia el frente, mientras que con la otra mano iba palpando la pared a tientas. Se obligó a respirar calmada y superficialmente, para no hacer ruido. Se dispuso a abrir la puerta de la sala del sillón, rezando para que estuviera bien engrasada y no chirriase. La madera hizo un leve crujido, pero no estridente. Entró en la estancia y cerró la puerta a su espalda. Iluminó la alta estantería con la linterna, intentando decidir si hojear algunos de los libros o seguir recorriendo los pasillos. Al final, pensó que era mejor primero tantear el terreno y después investigar lo que estaba escrito en esas hojas desgastadas.
Durante un cuarto de hora, visitó todas las habitaciones que conocía, buscando puertas ocultas o estanterías giratorias de esas de las películas, pero no encontró nada relevante. Bastante decepcionada, comenzó a hacer el camino de vuelta hacia su apartamento cuando escuchó un débil sonido. Era algo que se arrastraba suavemente... no, era el ruido de las hojas de un libro al pasarse. Se acercó sigilosamente, atenuando la luz de la linterna empujándola contra su bata. Se encontraba en La Biblioteca, así que tuvo que rodear las altas estanterías hasta dar con una de las mesas situadas en el centro. Sentada en una silla, había una figura menuda, con la cabeza inclinada hacia el libro abierto delante suyo. A su lado había una vela, que proyectaba una bailarina luz sobre las letras del papel. Anabel carraspeó, sintiendo su cuerpo tensarse ante la expectación. La figura se sobresaltó, soltó una exclamación ahogada que sonó como "¡Mierda!", se levantó precipitadamente y salió corriendo. Las piernas de Anabel actuaron más rápido que su cerebro y salió escopeteada detrás del intruso. Lo alcanzó y agarrándolo por el codo le hizo frenar y volverse. Apuntó con el haz de la literna a su cara. Era una chica, que no debía superar los 16 años, pequeña y rubia, con los ojos plateados y pecas en la nariz. Tenía la mirada frenética, estaba realmente asustada. Anabel se compadeció de ella y le preguntó tranquilamente:
-¿Como te llamas?- la chica solamente negó con la cabeza, decidida a no hablar. -Vamos, no pasa nada. Puedo guardarte el secreto, ¿vale? Soy nueva aquí, no diré nada. La joven debió ver la sinceridad en los ojos de Anabel, porque respondió en un susurro:
-Me llamo Lea. Por favor, deja que me vaya.
-En cuanto me respondas, ¿sí? ¿Qué hacías aquí?
-Yo... Lo siento, de verdad. No volveré a colarme.
-¿Colarte? ¿No perteneces al Sumus Libri?
-¿El qué? ¿Qué es...- en ese momento se oyó el sonido de una cerradura al abrirse. Anabel se llevó el índice a los labios, indicando silencio, y arrastró a Lea detrás de una estantería. Después de lo que les pareció una eternidad, la cerradura volvió a sonar y unos pasos se alejaron de ellas. Esperaron 10 minutos más y luego Anabel llevó a Lea escaleras arriba, después de prometerle que sus incursiones nocturnas serían un secreto entre las dos.

miércoles, 30 de octubre de 2013

En la ignorancia absoluta

Anabel volvió del paseo por la ciudad sobre las diez de la noche. Entró por la Puerta de Roble sigilosamente y atravesó el largo pasillo hasta llegar a la puerta de  las escaleras que conducían a su apartamento. Justo cuando fue a poner la mano sobre el pomo oyó una tos a sus espaldas. Sobresaltada y sin aliento, se dio la vuelta rápidamente, solo para descubrir a Jack saliendo de la sala del sillón y caminando hacia ella.
-Buenas noches.-saludó él, cortésmente. Anabel, lógicamente sorprendida, logró apenas balbucear.
-Eh... sí, buenas noches. ¿Quieres algo?
-La verdad es que sí. Quiero saber quién eres y qué estás haciendo aquí.
-Pregúntale a Izkar o a Blanca, yo ahora tengo sueño.-se dispuso a subir las escaleras pero Jack la agarró por el brazo, no bruscamente pero sí con firmeza.
-Izkar está ocupado y Blanca no ha querido decirme nada, concretamente su respuesta ha sido "una nueva". Pero a mí me gusta saber con quién trabajo, así que me vas a explicar lo que quiero saber.
Anabel suspiró fuertemente, con la esperanza de que Jack entendiera que estaba bastante harta. Aún así, respondió.
-Pues estaré trabajando en la librería. Y no me preguntes si sé de qué se trata toda esta "comunidad" porque la respuesta en términos generales es no.
-Interesante... ¿Y por qué te ha contratado Izkar? No necesitamos más personal, Blanca se les apaña bien en la tienda.
-Eso también deberías preguntárselo a él, porque yo lo único que hice fue enviar un e-mail pidiendo trabajo. Te lo repito por enésima vez, no sé nada. Y ahora, si el interrogatorio ha terminado, me voy a dormir.
-Es muy raro todo esto... En fin, mañana tienes que trabajar. Hasta otra, Anabel.-y desapareció por el pasillo, ocultándose en las sombras.
"Ea, pues hasta otra. Qué pesado. Mientras subía las escaleras pensé que era justo reconocer que estaba realmente ansiosa por conocer a los afiliados de la sociedad, aunque no fuese al día siguiente. Me preguntaba si tendrían pintas extrañas o si serían personas totalmente normales. Si en sus miradas se leería el fanatismo por los libros desconocidos o si en ellas solo se podría ver la vida de alguien que le gusta leer. Desconocía tantos recovecos de la sociedad en la que me había metido que resultaba abrumador. Estaba en una situación de ignorancia absoluta, y eso tampoco era nada bueno. ¿Qué debía hacer? ¿Aplicar el 'ojos que no ven, corazón que no siente' o indagar y descubrir secretos que probablemente desearía no haber sacado a la luz? Evidentemente, mi vena detectivesca se impuso rápidamente sobre mi pequeño lado cobarde, por lo que esa misma noche me adentré en los pasillos del oscuro edificio, con linterna y spray de pimienta."